lunes, 25 de febrero de 2013

Isabel Allende - Eva Luna (fragmento)


Consuelo no manifestó ninguna emoción. Siguió trabajando como siempre, ignorado las náuseas, la pesadez de las piernas y los puntos de colores que le nublaban la vista, sin mencionar el extraordinario medicamento con que salvó al moribundo. No lo dijo, ni siquiera cuando empezó a crecerle la barriga, ni cuando la llamó el Profesor Jones para administrarle un purgante, convencido de que esa hinchazón se debía a un problema digestivo, ni tampoco lo dijo cuando a su debido tiempo dio a luz. Aguantó los dolores durante trece horas sin dejar de trabajar y cuando ya no pudo más, se encerró en su pieza dispuesta a vivir ese momento a plenitud, como el más importante de su vida. Cepilló su cabello, lo trenzó apretadamente y lo ató con una cinta nueva, se quitó la ropa y se lavó de pies a cabeza, luego puso una sábana limpia en el suelo y sobre ella se colocó en cuclillas, tal como había visto en un libro sobre costumbres de esquimales. Cubierta de sudor, con un trapo en la boca para ahogar sus quejidos, pujó para traer al mundo a esa criatura porfiada que se aferraba a ella. Ya no era joven y no fue tarea fácil, pero la costumbre de fregar pisos a gatas, de acarrear peso por la escalera y de lavar ropa hasta la medianoche, le había dado firmes músculos con los cuales pudo finalmente parir. Primero vio surgir dos pies minúsculos que se movían apenas, como si intentaran dar el primer paso de un arduo camino. Respiró profundamente y con un último gemido sintió que algo se rompía en el centro de su cuerpo y una masa ajea se deslizaba entre sus muslos. Un tremendo alivio la conmovió hasta el alma. Allí estaba yo envuelta en una cuerda azul, que ella separó con cuidado de mi cuello, para ayudarme a vivir. En ese instante se abrió la puerta y entró la cocinera, quien al notar su ausencia adivinó lo que ocurría y acudió a socorrerla. La encontró desnuda conmigo recostada sobre su vientre, todavía unida a ella por un lazo palpitante.
-Mala cosa, es hembra -dijo la improvisada comadrona cuando hubo anudado y cortado el cordón umbilical y me tuvo en sus manos.
-Nació de pie, es signo de buena suerte -sonrió mi madre apenas pudo hablar.
-Parece fuerte y g es gritona. Si usted quiere puedo ser la madrina.
-No he pensado bautizarla -explica Consuelo, pero al ver que la otras se persignaba escandalizada no quiso ofenderla-. Está bien, un poco de agua bendita no le puede hacer mal y quién sabe si hasta sea de algún provecho. Se llamará Eva, para que tenga ganas de vivir.
-¿Qué apellido?
-Ninguno, el apellido no es importante.
-Los humanos necesitan apellido. Sólo los perros pueden andar por allí con el puro nombre.
-Su padre pertenecía a la tribu de los hijos de la luna. Que sea Eva Luna, entonces.

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