domingo, 3 de febrero de 2013

Quilmes y el río: una historia de ribereños y cabecitas rubias


El vino de la casa

por Marcela Espadero

"los duendes del vino hurgan en lo mas profundo del hombre, aquietan sus ansiedades, descubren sus ternuras, le señalan el camino del canto, de la risa y la esperanza"
(texto publicado en una carilla de vinos finos de Mendoza)


Cuando teníamos veinte años, Ricardo y yo frecuentábamos la ribera de Quilmes. Era la época en que la ribera era de los ribereños y algunos de los "cabecitas rubias" como nosotros, los que vivíamos en la ciudad arriba de la barranca, íbamos a tomar y comer algo los fines de semana.

Nos hicimos clientes del "Recreo Gran Wilde" de un tal Toledo, un morocho santiagueño, morrudo y muy amable.

La primera vez que fuimos teníamos poca plata, apenas nos alcanzaba para dos vasos de vino de la casa. Toledo nos preguntó si además queríamos unos maníes y le agradecimos diciendole que no. No sé cómo, pero se dio cuenta de que no podíamos gastar, se sonrió y enseguida apareció con una jarra pingüino llena de vino blanco, dos vasos, una panera llena de rodajas de pan y un plato con cubos de queso Mar del Plata. Nos guiñó un ojo y dijo: es una atención de la casa.

A partir de ese día, todos los fines de semana íbamos a lo de Toledo. Algunas veces comíamos una parrillada, otras un choripán, si era temprano una picadita y siempre nos acompañaba el pingüino de loza lleno de vino de la casa.

Recuerdo el viento del este que tenía la humedad y el olor del río que se pegaban en la piel, la sonrisa de Toledo cuando se acercaba a la mesa para saludarnos, el sabor del vino barato, el de la casa, que tenía dos o tres duendes de esos que señalan el camino del canto, de la risa y la esperanza, los ribereños habitués del Recreo Gran Wilde, del ruido del metegol que estaba en la vereda y el sentimiento de pertenecer a ese lugar aunque fuéramos gringos, cabecitas rubias de arriba de la barranca. Es que Toledo nos habilitó desde el primer día: "quédense, yo los invito, esta es su casa" pareció decir con aquel guiño de ojos, el pan, el queso y el vino blanco.

No sé cuando fue, pero un día llegaron los colonos. Fueron bajando de a poco por la barranca. Primero fue Malibet, despues Murillo, mas tarde Pizza Banana, Coyote, Siga la Vaca y Docker. El Recreo Gran Wilde desapareció con la llegada de Patio Quilmes.

Los ribereños se replegaron en sus casas y ahora pasan por la vereda que ya no les pertenece. Tienen que esquivar las sillas y las mesas con sombrillas, y si quieren tomarse un vino de la casa en algun lugar solo quedan dos o tres recreos en ruinas en la parte mas alejada, donde la calle no tiene iluminación.

No sé qué fue de Toledo, me pregunto dónde fueron a parar las jarras pingüino, y tengo dudas de si los duendes del vino barato, el de la casa, logran señalar a los ribereños marginados el camino del canto, de la risa y la esperanza.


No hay comentarios:

Publicar un comentario