Otra masacre en Estados
Unidos
Otra
masacre. Esta vez, en el estreno de la última película de la saga Batman.
Camuflado con un casco, una máscara de gas y un chaleco antibalas, vestido de
negro como el villano la película, James Holmes entró la noche del jueves en un
cine de la localidad de Aurora (en Denver, Colorado), mató a doce personas e
hirió a 59.
El
tiroteo de Denver no es un hecho aislado en Estados Unidos. Los asesinos
solitarios que, armados hasta los dientes, perpetran una matanza, se han vuelto
comunes desde la segunda guerra mundial, pero especialmente desde la guerra de
Vietnam. En los últimos 20 años, se han
contabilizado 24 tragedias semejantes; en lo que va del año, ya han ocurrido
cuatro tragedias de este tipo.
Como
en cada ocasión, se replanteará el debate sobre el acceso a las armas y la
cultura de la violencia de la sociedad estadounidense. El asesino, de 24 años,
usó armas de asalto y cientos de municiones que compró de manera legal en
comercios de ramo; también había dejado su departamento lleno de explosivos
para perpetrar una segunda masacre. El alcalde de Nueva York, Michael
Bloomberg, ha salido a reclamar un mayor control de las armas; pero en un año
electoral no parece que los principales candidatos vayan a enfrentarse al poderoso
lobby de la
Asociación Nacional del Rifle y de la industria
armamentística, que realiza pingües ganancias con la cultura armamentística de
Norteamérica. No es extraño que, a pesar de las repetidas matanzas, desde que
en 2004 no se renovó la prohibición de venta de rifles de asalto se ha hecho
más fácil adquirir armas de fuego y se extiende por el país un modelo de
legislación conocido como “Stand your ground” que permite a cualquier ciudadano
utilizar un arma en caso de sentirse amenazado y antes de intentar huir (El
País, 20/7).
De
cualquier modo, aún prohibidas las armas de asalto, Holmes habría podido
utilizar armas de mano. No es su instrumento, si no la acción la que debe ser
explicada.
Como
en otros casos, la acción de James Holmes, de 24 años fue presentada por la
policía como la acción de un demente (“Soy el Guasón”, dicen que dijo al ser
arrestado). Pero el hecho de que el atacante esté mentalmente
alterado, no significa que su acción sea un hecho aislado y contingente. El
asesino se formó en un lugar y en un momento histórico determinado.
La
escalada de casos refleja una sociedad en crisis desde hace mucho tiempo. El
estallido de la crisis mundial capitalista ha provocado una acentuación de sus
tendencias más alienantes. 46 millones de personas que viven en la pobreza (el
mayor número el último medio siglo) y un desempleo de masas (8,2% oficial) que se
extiende, especialmente en la juventud. Los graduados universitarios, antes una
capa privilegiada, se encuentran ahora, luego de recibidos, endeudados y sin
trabajo (el asesino, graduado con honores en neurociencias, estaba
desempleado).
Existe
en Estados Unidos toda una generación juvenil frustrada y sin futuro, para la
que el régimen social no tiene más salida que el desempleo, el encierro y la
represión. Están regresando los toques de queda nocturnos para los menores y el
país sigue contando con la mayor población encarcelada del mundo (con 2,3
millones de presos) y la tasa más alta de encarcelamiento per cápita (752
presos cada 100.000 habitantes), bajo la bandera de la “lucha contra el
terrorismo”, el establecimiento del “Acta Patriótica” ha constituido un Estado
de excepción que viola las libertades democráticas reconocidas en su propia
Constitución (Human Rigths Watch: “Informe Mundial 2012). Durante 2011, las movilizaciones de la
juventud norteamericana fueron reprimidas sistemáticamente tanto por
republicanos como por demócratas.
Mucho
se ha hablado del rol de la violencia en las películas y videojuegos que
consumen los jóvenes, pero poco de que, para que estas puedan ser un detonante,
tiene que existir un caldo de cultivo social.
La “violencia simbólica” refleja y reproduce una sociedad violenta,
donde el Estado actúa con violencia como el regulador último de relaciones
sociales antagónicas en disolución.
La
trilogía Nolan explota el lado oscuro de la leyenda de
Batman, que quiere salvar a una ciudad enferma a costa de su propia locura.
Como en la película, la locura de un joven es una metáfora de la propia
sociedad, su frustración y su crisis.
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