domingo, 13 de mayo de 2012

El Time y la mamá amamantando a su hijo de tres años



La Tapa Infame - Disquisiciones sobre la Crianza en los Tiempos que Corren


Verónica Garea


Este artículo, publicado originalmente en Grupo de Apoyo a la Lactancia Materna, comenta la tapa del último número de la revista Time -y el revuelo que está causando en el cybermundo-, en que una mamá amamanta a su hijo de 3 años, vestido de niño grande y parado en una silla.

Desde EEUU hasta Argentina, el cybermundo echa chispas sobre esta foto. Que el niño es muy grande, que es “morboso”, que una vez que los niños caminan y pueden hablar no hay que darles la teta, que amamantar a un bebé es una cosa pero esto daña psicológicamente, etc, etc. Todos opinan. Muchos critican. Algunos se horrorizan. Otros miramos con tristeza cómo se busca provocar conmoción y vender, trivializando las elecciones que algunas familias hacen sobre la crianza de sus hijos.

La tapa de la revista Time está relacionada en realidad con un artículo publicado en ese número (el último) dedicado al Dr William Sears. El Dr Sears es un médico pediatra estadounidense, que publicó en la década del 90 el libro "The Baby Book" que desafiaba el status quo en materia de crianza. El Dr Sears y su esposa Martha, coautora del libro, basaron sus recomendaciones en su experiencia como padres y en el libro “The Continuum Concept” de Jean Liedloff. El libro de Liedloff describía sus observaciones acerca de cómo criaban a sus hijos los miembros de una tribu de aborígenes en Venezuela. De estas ideas surgió el concepto de “attachment parenting” o crianza con apego.

El artículo postula que la práctica de la crianza con apego lleva a extremos, a madres que se someten a cada exigencia de su hijo. Y para ilustrar este “extremo” publica la tapa infame de la madre amamantando a su hijo que tiene 3 años pero parece de 5. La crianza con apego no promueve el extremo. La crianza con apego parte de la base de que los niños no vienen al mundo a dominar y manipular a los padres, no es necesario "domesticarlos", sino que tienen la necesidad básica de sentirse contenidos y protegidos. En épocas de nuestros ancestros cazadores-recolectores, que un bebé se quedara solo implicaba la exposición a los peligros del mundo, incluyendo predadores. Reclamar la presencia de su madre llorando era un mecanismo efectivo de adaptación para cubrir la necesidad de ser protegido. El ser humano nace completamente indefenso. A diferencia de otros mamíferos, ni siquiera puede caminar o correr para escaparse de situaciones de peligro. La necesidad de que la cabeza del bebé tenga un tamaño adecuado para pasar por el canal de parto hace que no tengamos el desarrollo neurológico definitivo y que no podamos hacer muchas de las cosas que otros mamíferos hacen al nacer. En este sentido, somos más parecidos a un marsupial que a un simio.

Entonces, la crianza con apego reconoce que el recién nacido tiene necesidades, no caprichos, y propone que la madre esté disponible para satisfacerlas. Alimento (leche materna), calor, protección, seguridad… éstas son las necesidades del niño pequeño y las satisface con su madre. Y esto dura hasta que el niño madura lo suficiente como para que otras necesidades las reemplacen.

¿Promover la independencia?

Nuestra civilización valora la independencia como un bien supremo. Ser independiente es ser maduro. Sin embargo, el ser humano nunca es independiente. A lo largo de su vida, excepto escasas excepciones, se desarrolla en un entorno social. Necesitamos entonces ser interdependientes, no independientes. La crianza con apego promueve la evolución desde la dependencia a la interdependencia, desarrollando la confianza del niño en su cuidador (madre, padre u otro) para así poder explorar el mundo y desarrollar las herramientas que le permitirán desenvolverse cada vez más solo. No hay evidencia de que los niños criados de esta manera sean más dependientes o temerosos. Sí hay evidencia de que los métodos de crianza coercitivos desarrollan temor y angustia en los niños.

El dormir solos es un invento reciente. Basta con una visita a la histórica casa de Ethan Allen en Vermont, EEUU, para ver que la gente dormía toda junta en una sola habitación. Los niños dormían con los padres. Hay culturas enteras donde los niños duermen con los padres (japoneses y maoríes, por ejemplo). La edad de destete es una construcción cultural. La antropóloga Kathy Dettwyler postula que la edad natural de destete del ser humano está entre los 2.5 y los 7 años. La sexualización de los pechos en la cultura occidental agregan un ingrediente de “tabú” para la lactancia prolongada que en realidad está en la mente del que lo registra, no del niño ni de su madre.

Respetemos a todas las madres

Cabe preguntarse entonces qué hay detrás de esta reacción en contra de la crianza con apego. ¿Es una preocupación genuina por la salud mental y el bienestar de los niños y sus madres? Sorprende entonces que no haya el mismo tipo de reacción escandalizada ante los métodos de crianza que proponen que los niños lloren hasta vomitar o que afirman que el castigo físico debe ser sistemático y fríamente administrado. ¿O es que nuestra civilización necesita seres obedientes y seguidores, que consuman sin cuestionar, que acepten lo que se les da de manera resignada y no estén convencidos de que las necesidades básicas son derechos y por lo tanto deben ser satisfechas?

Todas las madres quieren lo mejor para sus hijos. Respetemos sus elecciones. Tratemos de identificar cuáles son los prejuicios que pueden llevarnos a condenar conductas que no elegimos. Seamos abiertos y tolerantes. Todas las madres merecen nuestro respeto. Apoyémoslas como sociedad para que puedan ser las madres que ellas quieren ser y que sus hijos necesitan. Basta de falsas dicotomías, basta de juicios, basta de críticas. Sí a la libertad de elegir cómo criar a nuestros hijos.


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