La Moneda (Palacio Presidencial) bombardeado |
Graciela Taddey
Eran las primeras horas de una mañana clara.
Salí del edificio alto donde vivíamos tantos y tantos refugiados políticos en Chile. El lugar se llamaba Torres de la Remodelación San Borja y está aún casi en el centro de la ciudad. A un costado estaba un viejo mercado (estará todavía? quién sabe... todo cambió mucho después de aquellos años). Fui al mercado a comprar algo para nuestro desayuno. No me detuve a escuchar lo que la gente hablaba entre murmullos, pero había una atmósfera rara entre la gente.
Cuando crucé el amplio espacio abierto (porque las Torres en los años 70 eran toda una avanzada arquitectónica dentro de una ciudad esencialmente chata, un poco polvorienta, bastante diferente all Río de la Plata). No llegué a entrar cuando vi sobre mi cabeza un avión; no un avión en el cielo... (desde entonces cuando quiero referirme a una situación que debe preocuparme suelo decir "El peligro está cuando uno le ve la cara al aviador", el que ordenaba la ruta para lanzar la bomba). Esa fue (es aún hoy) mi sensación: un poderoso avión militar volando a tan poca altura sobre mi (muestras) cabezas que podría haber visto los ojos de los asesinos.
Cuando el avión salía del radio de mi (nuestras) miradas, se oía en el aire claro de Santiago el sonido de las bombas estallando. Sonido. Bombas. Santiago. Mañana. Mitad de setiembre. (Una semana antes habíamos estado en la manifestación que festejaba el aniversario de la asunción al gobierno de la Unidad Popular.)
Volvía a ver al avión (volvíamos) tan bajo entre las torres. Y de nuevo el maldito salía de mi radio y otra vez el sonido de las bombas. Dónde? No lo sabíamos. Quién iba a imaginar tanto desastre? Las elecciones parlamentarias, que ganara la izquierda cuando ya la derecha hambreaba a los chilenos, habían sido el aviso de que había llegado a su fin la lucha política y empezaba el gesto duro de la fuerza. Cuántos habían hecho este razonamiento? No lo sé.
Con prisa, después de vivir dos o tres veces la sensación imborrable del avión y las bombas, me precipité en nuestro apartamento. "Poné la radio", le grité a alguno de los compañeros con los que convivía.
Entonces yo (nosotros) escuché (escuchamos) las notables palabras del compañero presidente. "Yo sé que más temprano que tarde el hombre libre caminará por las amplias alamedas". No cito de memora. Cito (citamos) con el corazón en llamas.
Después llegó el horrible tiempo de los toques de queda... No exagero ni un ápice al contar que cuando empezaba cada tarde el toque de queda, no podíamos hablar dentro del apartamento, debido al sonido de las balas de la tan heroica como poco mencionada resistencia. No nos oíamos.
Aquellos hombres y mujeres tenían por consigna (lo supimos después): "Dos por uno", es decir morir después de haber bajado a dos enemigos.
Me hubiera querido (hubiéramos querido) sumarnos a la resistencia. Pero nos aconsejaron que no lo hiciéramos... "Con ese acento del Río de la Plata ustedes queman."
Y después la embajada argentina en Chile, pero esa es otra historia.
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